— La Ilusión de la Inmersión Pasiva —
Reivindicar la Suspensión de la Incredulidad como un Acto Creativo.
La suspensión de la incredulidad suele representarse como una entrega silenciosa: el público acepta voluntariamente lo irreal como real, permitiendo que los dragones vuelen, los fantasmas hablen y las líneas temporales se retuerzan sin resistencia. Para la mente no entrenada, este proceso parece pasivo, un simple gesto de asentimiento que se da una vez y se olvida. Sin embargo, bajo esta ilusión yace una paradoja: aunque la suspensión de la incredulidad parece sucedernos, en realidad es algo que hacemos. Requiere atención, participación y —lo más importante— elección. El dilema no es solo semántico; toca la estructura misma de cómo nos relacionamos con la experiencia, especialmente en una era de medios cada vez más seductores y envolventes. Este ensayo explora la naturaleza de esa elección, la línea desdibujada entre la inmersión voluntaria y la automática, y cómo reencuadrar la suspensión de la incredulidad como un acto de autoría —en lugar de un estado pasivo— puede ofrecernos una comprensión más profunda tanto del arte de contar historias como de la conciencia misma.
En el teatro o la literatura de antaño, los límites entre la realidad y la ficción eran nítidos y ceremoniosos. El público entraba en una sala, abría un libro o se sentaba ante una radio; cada uno de esos momentos marcaba el cruce de un umbral. La decisión de involucrarse era consciente, a menudo ritualizada. Hoy, ese umbral se ha difuminado. El contenido digital nos inunda, la reproducción automática nos atrapa antes de decidir, y los algoritmos anticipan nuestra atención antes incluso de que la ofrezcamos. El resultado: una inmersión sin entrada.
Este fenómeno refleja una transformación en la naturaleza de la suspensión de la incredulidad. En lugar de ser una orientación consciente hacia la ficción, se convierte en una función de fondo —un estado predeterminado provocado por el entorno. Pero este deslizamiento hacia la inmersión tiene un costo: la experiencia comienza a sentirse como algo autorado por el medio, no por nosotros. Cuando el momento de la elección se oculta, la agencia se diluye. Olvidamos que somos cómplices de la ficción —que le dijimos “sí”.
Creer en algo que no es real no es un fracaso lógico, sino una redirección del enfoque. Al suspender la incredulidad, no nos volvemos ingenuos; nos volvemos selectivamente atentos. Permitimos que la verdad emocional supere la inconsistencia factual, para acceder a una resonancia narrativa más elevada. Esto no es sin esfuerzo. Se requiere energía cognitiva para mantener viva la magia, para ignorar los hilos de las marionetas, las pantallas verdes o el giro predecible de la trama y aún así seguir involucrados.
Irónicamente, cuanto más hábil es el medio, más invisible se vuelve este esfuerzo. El cine moderno, la realidad virtual y las narrativas generadas por inteligencia artificial son tan envolventes que el usuario ya no nota su propio rol en sostener la creencia. El dilema, entonces, no es que la suspensión de la incredulidad sea demasiado pasiva, sino que su naturaleza activa está cada vez más oculta al usuario. Lo que parece una inmersión pasiva es en realidad una colaboración activa, solo que el colaborador ha olvidado que está presente.
Para resolver esta paradoja, debemos transformar nuestra concepción de la suspensión de la incredulidad: de recepción pasiva a autoría activa. Este cambio comienza con la conciencia —reconocer que creer, incluso en la ficción, es una decisión. Pero la conciencia por sí sola no basta. Se necesita una transformación de la conciencia: pasar de consumir la experiencia a dirigirla.
Esta transformación implica recuperar el umbral. Al comprometernos intencionalmente con los medios —elegir cuándo y cómo entrar— retomamos la autoría de nuestra experiencia. Nos convertimos en co-creadores de la ficción, no solo en sus espectadores. Esto también abre una nueva dimensión creativa para artistas y narradores: al diseñar obras que inviten o incluso exijan un compromiso consciente, pueden despertar el rol del público en dar forma al significado de la historia. Así, la suspensión de la incredulidad deja de ser un truco de luz para convertirse en un acto de imaginación compartida.
La ilusión de la inmersión pasiva oculta una verdad poderosa: la suspensión de la incredulidad no es algo que nos sucede, sino algo que hacemos. Aunque se sienta fluida y automática, en realidad es una elección sutil y sostenida —un gesto mental hacia la posibilidad. En una era donde la inmersión es fácil y omnipresente, recuperar esa elección es esencial. No solo para resistir la manipulación, sino para redescubrir la agencia que existe en cada acto de creer.
Suspender la incredulidad, entonces, no es renunciar a la autoría —es reclamarla. Al reconocer esto, dejamos de ser seguidores pasivos del relato para convertirnos en arquitectos conscientes de la experiencia. Y al hacerlo, convertimos la ficción en un espejo no solo del mundo, sino de la propia mente que lo contempla.